P R O S A / Cuentos Cortos

Kraiquer Cumple, Cianciarelli Dignifica.
Por: Ramiro García



Los Dres. Kraiquer y Cianciarelli compartían por fuera de la profesión, otra pasión, que los unía entrañablemente y que escondían tras sus nocturnas salidas de visita de médicos.

Ambos eran socios del "Club de Autos Especiales" del partido de Lanús, y no faltaban a ninguna reunión de las que realizaba la asociación, los primeros miércoles de cada mes en la parrilla "El Cabezón" de la Avenida Pavón, durante aquellos ásperos y tumultuosos años setenta.

Don Cianciarelli lucía con orgullo su Falcon Futura 3.6, color ladrillo metalizado con techo vinílico negro de mayo del`74, mientras que El Dr. Kraiquer hacía alarde de su estirpe árabe montado en su amado Ford Fairlaine LTD, también de color ladrillo metalizado con techo vinílico negro, pero de octubre de 1972.

El rugir del motor V8 del Dr. Kraiquer era causa de envidia en sus pares. Pero el Dr. Cianciarelli sentía verdadero orgullo por el afamado "221 power-engine" de 6 cilindros en línea que motorizaba su corcél; y fue justamente por eso, que una fatídica noche de llovizna, luego de aquella memorable cena de camaradería nutrida de entrañitas, vacío, chinchulines, mollejas, lujuria de tripa gorda, todo excelsamente regado con vino tinto Rojo Trapal que nuestros diplomados protagonistas no pudieron contener su enfermiza pasión y terminaron enfrentados en temeraria apuesta al vértigo.

Debían batirse en riesgoso duelo automotor, sobre la estupenda calzada empedrada de la avenida Pavón. Desde el lujoso Palacio Municipal de Lanús hasta la wiskería "La Caverna", exactamente un cuarto de milla hacia el sur. El mismísimo Manolo Quindimil -socio honorario del club- los esperaría en la llegada, munido de su franela anaranjada que haría las veces de improvisada bandera a cuadros.

Y ahí estaban los dos ya en la línea de largada. El Dr. Kraiquer con gesto adusto, su labio inferior ligeramente montado sobre el superior, contemplaba desde su Falcon las dificultades que le deparaba el estado de la pista; mientras que Don Cianciarelli, más confiado, tratando de manejar psicológicamente al rival, tarareaba un hit de Roberto Carlos que fielmente le entregaba el reproductor de magazines de su regio Fairline. Ambos aún conservaban una envidiable cabellera lacia alineada con Glostora y estaban dispuestos a lucirla hasta la victoria en aquella gris noche de abril.

Pero fue el destino, y aquel clandestino interno de la línea 277 colmado de militantes de la JP que intempestivamentese interpuso en tal alocada carrera, quienes tristemente decretaron el final de la apuesta. Por querer evitar la colisión contra el colectivo, nuestro gladiador de Remedios de Escalada perdió el control de su musculoso Fairlaine, y cual chorizo en fuente de loza deslizó por la resbaladiza avenida hasta embestir con violencia y de pleno, la columna central del Puente Arenas.

El Dr. Cianciarelli acudió desesperadamente en auxilio de su valiente oponente que ya por sus propios medios trataba de asomarse entre los hierros retorcidos de su corcel de acero; su hidalguía le impedía abandonarse a la suerte de ser socorrido. Y fue en ése instante de inmenso dolor por la pérdida de su máquina en que vio como su rival solidariamente le extendía su mano argentina, derecha y humana.

La desgarradora imagen del final de esta trunca carrera ya no sería olvidada. Manolo Quindimil nunca los vio llegar a destino, pero juró vengarse en un futuro no muy lejano de aquellos desalmados militantes de la izquierda peronista que quizás temiendo por sus vidas no detuvieron su marcha, creyendo que tal vez nuestros amigos fordistas pudieran pertenecer a algún grupo de tareas.

Años más tarde, los destinos de nuestros gladiadores coincidentemente volverían a cruzarse. Esta vez no sería por la afición a los motores, sino por compartir el mismo tratamiento de fortalecimiento capilar en un Centro Shwanek. Una gran amistad sellaría sus vidas a partir del recuerdo de la joven actividad fordista memorada durante las innumerables sesiones de masaje capilar. Y frente al intenso recuerdo de esa gloriosa gesta, en ambos por siempre aparecería de forma recurrente una imagen y un mismo sonido como eco.

La imagen como una postal, de la luneta trasera de aquél colectivo de la 277 con la famosa calcomanía de la larga y enrulada cabellera de Roberto Carlos en negativo como cruel broma del destino, y el sonido... Sí, el sonido sería por siempre el eco de ése grupo de militantes peronistas que al alejarse gritarían una fuerte arenga de desahogo: VIIIIIIIVVVVAAAAAAAA PEEEEEEEERÓNNNNNNNN CARAJJJJOOOOO !!!!

RG 11/07


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Con cariño para ambos personajes a quienes conocí en mis infantes años setenta, y en memoria de ése señor "cascarrabias", que bien supo llevarme derechito en nuestro viaje de egresados a Córdoba de 1982.

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